Diez

De luz-wiki

A diez años de Acteal


el niño que nació en la montaña

comunicación reenviada por manuel fernández guasti

Este relato no es mío, llegó a mi sin que pueda yo ubicar de parte de quién o quiénes. Es muy probablemente un relato indirecto, tan indirecto como la carambola de tres bandas; pero de primera mano, puesto que aquel que empuja el taco es quien finalmente realiza las colisiones. Está escrito en primera persona, con base en relatos que no pueden ser sino del mismísimo personaje, aunque es evidente que contiene retazos de sus parientes y de su comunidad asi como de los que ahi estuvieron.



El próximo veintisiete de diciembre cumpliré diez años. Tardaron en bautizarme porque nací cuando las cosas andaban muy revueltas, por mientras mi gente comenzó a llamarme Juan Montaña o algo así. Al momento de nacer, mis ojos aún enturbiados por la sangre de mi madre y mi sangre que en ese momento era pues la misma, percibí un olor que entonces no sabía que era pero que quedó grabado en mi memoria, luego supe que era olor a pólvora. Nunca me han querido creer que había ahi olor a pólvora, entre Xcumumal y Pechiquil. Mucha bala se había echado unos días antes en Acteal, el veintidós de diciembre de un aciago mi novecientos noventa y siete. ¡Ahi si que debía de ser penetrante el olor a muerte y destrucción aún cinco días después de la masacre! pero aquí donde yo nací a campo abierto a unas siete leguas de distancia todos consideran extraño que hubiera olor a pólvora, y sin embargo, yo sé que así olía. Entre las lagañas y la sangre vi mucha gente que me miraba, casi todos caxlanes. Mi mamá estaba exhausta, había caminado buena parte de la noche desde Xcumumal y a esas horas de la mañana ya con el sol calando fuerte estábamos los dos agotados. Ella lo sabe, yo le ayudé desde su vientre a caminar y caminar ese día, me hacía chiquito redondito donde no le estorbara a sus muslos, a ratos dormitaba y trataba de respirar suavecito para no fatigarla aún más. Cuando ya tenía que salir le avisé moviendo mis brazos y sintiendo su vientre apretado, más apretado de lo que había estado de rato en rato durante las últimas horas. A la hora de salir lo hice rápido, grité porque sentí frío, soplaba el viento cortante en la cima de la montaña aunque había sol, grité porque olí a verde, a bosque, a hoja de maíz, grité porque lueguito vino ese olor desagradable que ya les conté. Me envolvieron, me taparon, me cargaron y reanudámos la marcha, pues mientras mi madre paría a un ladito del camino, nuestra gente seguía avanzando, seguian caminando volteando de reojo las mujeres con una mirada de aliento, de complicidad y de pena. Yo veía en sus rostros sus pensamientos, escuchaba sus sentimientos, algo que hasta la fecha en ciertas ocasiones me sucede. Me miraban muy brevemente entre fascinadas y con cierta rabia, sin que hablaran yo les escuchaba decir ``no podía haber nacido ayer en Xcumumal, ``no podía haber esperado hasta que llegaramos a nuestro destino, dicen que nomás faltan cuatro horas para llegar a Polhó, ``porqué no aguantó por lo menos a donde hubiera un árbol, porqué aquí en la mera cima de la montaña donde nomás hay zacate. Se me comenzaban a hacer insoportables tantos reproches cuando empezaron a cesar, creo que porque estaba yo ya tapado y mi mamá incorporada con una fortaleza que nomás madres como la mía son capaces de mostrar. Nos unimos de nuevo a la hilera de gente que caminaba por la vereda, que en esa parte del camino era muy estrecha. Yo veía hacia atrás antes de que me cargaran y eran muchos compañeros los que venían. Ya en el reboso sobre la espalda de mi padre quedé mirando para enfrente y vi que también había mucha gente. Los de adelante eran los más jóvenes, en medio por donde nosotros andábamos había muchos niños. Unos todavía caminaban, otros estaban ya exhaustos y sus padres los cargaban. Los caxlanes nos trataban de ayudar pero no muy podían caminar, luego se ve que no están acostumbrados a andar en la montaña. Quién sabe quién les acarreará la leña a ellos. Eso sí, eran muy cariñosos con nosotros, desde que los vimos a lo lejos se mostraron amables y solícitos, cuando se incorporaron a nuestra columna se repartieron en grupos, unos enfrente, otros a lo largo de la hilera y otros hasta atrás. Nosotros sabíamos que la parte más peligrosa del trayecto estaba por venir, tendríamos que pasar por donde viven los paramilitares. Más temprano, al cobijo todavía de la noche, muy pocos se habían percatado de nuestra presencia pero a ésta hora del día y habiendo pasado ocho horas desde que salimos seguro ya todos sabían en donde andábamos, no es fácil esconder a más de tres mil quinientas personas aunque sea en medio de las montañas. Casi mero atrás habían quedado los mamalush, los viejitos, pues ellos no podían sino caminar lento. Al mero final veían unos jóvenes que yo entonces me extrañé que caminaran tan despacio, tiempo después supe que esos que vienen hasta el final se llaman la retaguardia y son los que vienen cuidando que nadie se rezague o se pierda. Al bajar de la montaña el follaje se hizo más espeso, y lo que antes era una vereda marcada por tierra trillada sobre el zacate ahora se convertía en un camino donde se levantaban hojas y plantas a nuestros costados que ya no nos permitían mirar el horizonte. Yo por andarme asomando me raspé con una rama, así también le pasó a mi hermano que caminaba de la mano de mi mamá. Comenzaba a caer la tarde y desde hacia rato había una lluvia finita que dificultaba nuestra ya de por si cansada marcha. De repente llegamos a un claro donde había un desnivel y mucho lodo. Mucha gente al pasar por ahi se resbaló. ¡Y si! ahi en las orillas estaban puntuales los paramilitares mirándonos pasar, observando con un gesto amenazante pero por lo menos desarmados. No decían nada, nomás nos veían, parecia que querían grabarse nuestras caras.