Tule

De luz-wiki

El viejo de agua

EL ARBOL DEL TULE

LAS PRIMERAS NOTICIAS CONOCIDAS EN EL SIGLO XVI

Es imposible que el Árbol del Tule no hubiese atraído la atención de los habitantes de la zona en que se encuentra localizado. De hecho el primer autor que se refiere a él nos da una referencia al respecto; posteriormente, en el siglo XIX, se recogen algunas versiones alusivas al gran coloso.

La información más antigua sobre el sitio que hoy día conocemos como El Tule se refiere a su incorporación al sistema de control político español, este documento se conserva en el Archivo General del Estado de Oaxaca en la copia del título del año 1529 que delimita las tierras de la población. El historiador oaxaqueño Manuel Martínez Gracida consigna también este dato y precisa igualmente el día 20 de abril; cabe señalar que esto no quiere decir que la aldea date de tal fecha ya que los indicios mencionados hablan de una ocupación anterior del lugar.

La burocracia española determinó en el año de 1570 la necesidad de recoger cierto tipo de información sobre los territorios invadidos. Se elaboró en consecuencia un cuestionario que tenía el propósito de reunir datos sobre la población, la producción y las características generales de cada comarca ocupada, el conjunto de las respuestas a este cuestionario es conocido como las “Relaciones Geográficas” en la extensa parte dedicada a Oaxaca. En el capítulo correspondiente a Tlalixtac a cuya jurisdicción pertenecía el Tule, aparece la segunda mención conocida del sitio, la información fue recogida el 12 de Septiembre de 1580, mediante el procedimiento de interrogar a las autoridades locales y a la gente de edad avanzada, el recopilador general del informe fue Juan del Río quién era corregidor de Tlalistaca; este es el breve relato:

Este pueblo de Tlalistaca es cabecera y corregimiento, y solamente tiene por jurisdicción, y distancia el dicho pueblo y sus términos, una legua en cuadra y por sus aldeas, sujetos que acuden a él, los pueblos siguientes: El pueblo de Santiago (....) otra aldea que se dice y tiene por advocación Santa María y se nombra en su lengua Luguiaga, que en nuestra lengua española quiere decir “cañaveral”, otra aldea y estancia, que se llama Santa Catalina (....), otra estancia que se nombra San Juan (....); Todos estos sujetos están de la cabecera a Tiro de Arcobus, en Tierra Llana (....). Tiene este pueblo de Tlalistaca, el corregimiento del, una legua de jurisdicción en cuadra hay en él, y en las cuatro aldeas a él sujetas, cuatrocientos treinta tributarios.

El principal interés de esta mínima información sobre el Tule, es que nos proporciona el nombre original (en dialecto zapoteco) del lugar; luguiaga, usado todavía en el siglo XVI. Este nombre así como el actual “El Tule”, remite a una antigua situación geográfica del lugar, la existencia de cañaverales en la comarca y necesariamente de una laguna o medio pantanoso, ya que este tipo de ambiente es una condición propicia para el desarrollo de ciertas cañas y, por cierto, también de los ahuehuetes que en náhuatl significa “viejos de agua”. Acerca de este medio pantanoso, al menos en un lugar próximo, tenemos algunos indicios; un documento de 1565, concerniente a Tlalixtac, habla de un potrero cercano a dicho pueblo, en una “ciénega grande”; en el siglo XVI un cronista del que nos ocuparemos en su momento ubica al árbol del Tule en una zona muy húmeda de Tlacochahuaya. La relación que existe entre el Tule, Tlalixtac y Tlacochahuaya es de gran importancia como veremos más adelante.

El más reciente editor de las Relaciones Geográficas, René Acuña; dice sobre la posible etimología del toponímico1 zapoteco: Yo me atrevería a sugerir la lectura Lahuiyaga, que podría traducirse “entre las cañas huecas” se apoya Acuña en el vocabulario de Córdova de 1578. Como otras poblaciones oaxaqueñas, la antigua luguiaga se hizo conocer mas ampliamente por su nombre náhuatl Tule ya castellanizado, pero originalmente Tollín ó Tullín que designa genéricamente a algunas plantas acuáticas, como espadañas, carrizos y tules, precisamente, este cambio de denominación puede responder a la presencia mexica en la zona en los años previos a la invasión española, y al hecho concomitante2 de que era el náhuatl la lengua franca en mesoamérica, los informantes de los españoles, en algunas ocasiones asignaban el nombre de un sitio en la lengua local y a continuación en náhuatl, los invasores agregaron un nombre cristiano al sitio, precediendo al antiguo, como era su costumbre y de ahí resultó Santa María del Tule, aquí nos referimos a este pueblo como el Tule.

Pero sin lugar a duda la información de mayor valor entre los que datan del siglo XVI, para los fines de este trabajo, es la que proporciona José Acosta en la Historia Natural y Moral de las Indias, en ella se menciona por primera vez al mismo Árbol del Tule, la información que aparece en la obra de Acosta se remonta a 1586, época en que el árbol era ya suficientemente notable por su tamaño como para ser consignado en un estudio de tal naturaleza, la historia contiene textos descriptivos de los medios físico y humano de América con una visión aceptablemente moderna para tratarse de un religioso del siglo XVI, el texto de Acosta es notable por la rareza de las observaciones sobre la naturaleza entre los textos de buena parte de los cronistas españoles de entonces, más preocupados generalmente por justificar la invasión y consolidar el adoctrinamiento y control de los agobiados pobladores originarios de los territorios ahora ocupados por España; para el historiador Edmundo O’Gorman, la visión de Acosta, aunque participa de un aristotelismo y dogmatismo anacrónicos ya para su época incorpora sin embargo una visión personal que le habría permitido mantenerse en buena parte al margen del imperialismo intelectual que aún ejercían en todos los campos de la cultura la autoridad de las sagradas letras y de los padres de la iglesia, gracias a este sentido de observación de Acosta es que contamos con el dato más antiguo que haya llegado a nosotros sobre el Árbol del Tule:


Algunos de estos árboles son de enorme grandeza; sólo diré de uno que está en Tlacochahuaya, tres leguas de Oaxaca, en la Nueva España, éste, midiéndolo aposta se halló en sólo el hueco de dentro tener nueve brazas, y por de fuera medido, cerca de la raíz, dieciséis brazas y por mas alto, doce, a este árbol hirió un rayo desde lo alto por el corazón hasta abajo y dicen que dejó el hueco que está referido antes de herirlo el rayo, dicen que hacia sombra bastante para mil hombres, y así se juntaban allí para hacer sus mitotes, bailes y supersticiones; todavía tiene rama y verdor, pero menos no saben que especie de árbol sea más de que dicen que es género de cedro.

EL SIGLO XVII

Del siglo XVII conocemos dos citas sobre el Árbol del Tule; la primera es la de mayor interés, y hemos aludido antes a ella, se trata de la que hace Bernabé Cobo, un español proveniente de Perú, que estuvo en México de 1629 a 1643. Cobo conocía la historia de Acosta y como éste también era religioso compartía sus inquietudes; ha hecho una descripción del Nuevo Mundo parcialmente perdida, equiparable a la de Acosta. A su llegada a nuestro país pasó por Oaxaca y en una carta enviada a Perú desde Puebla con fecha 7 de Marzo de 1630, describe lo que había visto en su recorrido hasta entonces dedicando unas páginas a Oaxaca y el siguiente párrafo al Árbol del Tule:

A San Juan, dos leguas de Tlacochahuaya en las ruinas del pueblo viejo que está junto a este está un árbol hueco por el pie tan grueso que parece por dentro un muy capaz aposento tiene tres puertas tan grandes que se entra por ella a caballo y caben dentro doce hombres a caballo; cuatro que veníamos juntos entramos a caballo y quedaba lugar para otros ocho, yo lo medí por de fuera, que para ello traía un ovillo de hilo, y tiene de ruedo su pie veintiséis varas; es árbol de sabina y esta vivo con muchas ramas y hojas, aunque hace años que un rayo lo despojó de la mayor parte de sus ramas, de aquí a la ciudad de Oaxaca, tres leguas.

Cobo también menciona acerca del rayo, al que no atribuye ya el origen del hueco, sino solo haber despojado al árbol de la mayor parte de sus ramas y aparte de identificarlo como sabino le parece que está vivo con muchas ramas y hojas, por la fecha de su carta y lo que sabemos de su itinerario es casi seguro que lo vio al acercarse la primavera de 1630 ya que el árbol florece a fines de febrero, como sucede con Acosta, Cobo relaciona también al árbol con Tlacochahuaya aunque de alguna manera e inadvertidamente hace mención del pueblo del Tule, ya que a este se refieren las palabras “en las ruinas del pueblo viejo” este es otro elemento a tomar en cuenta para explicar las reiteradas omisiones del pueblo del Tule en un periodo particular, y la relación del árbol con Tlacochahuaya, pero es necesario ocuparse antes de otras dos citas.

La primera no hace referencia al árbol y data de 1663, treinta y tres años después de Cobo y consiste en un documento en el que las autoridades de Santa Maria de los Tules, así mencionado y de Santa Catalina, sujetos a Talistac, como también consiga el texto, piden no les sean ocupadas sus tierras.

La siguiente todavía data del siglo XVII y en ella sí se menciona al árbol, se trata de una mera alusión de Francisco Burgoa, nacido en Oaxaca hacia 1600, autor de una obra que habla acerca de la influencia de los dominicos en la entidad y de otra en la que aborda la historia y la geografía de este estado, en la que el aspecto religioso tiene un peso muy grande; la descripción geográfica publicada en 1674 en la que es conveniente tener en cuenta que Burgoa aún cuando escribe hacia 1670 no está describiendo una situación prevaleciente en ese mismo año en todo Oaxaca; por el contrario, se refiere a su experiencia de la realidad de la provincia a lo largo de los años en que le tocó ser testigo de la misma, que cubre buena parte del siglo XVII, ocasionalmente cita un año o el periodo transcurrido desde algún acontecimiento, pero en la mayoría de los casos solo hace descripciones sin referencia cronológica alguna, ajeno a las inclinaciones de Acosta y Cobo, Burgoa solo se ocupa del árbol del Tule de manera marginal e imprecisa en el capítulo dedicado a la casa y doctrina de Tlacochahuaya hablando de la parte baja de la comarca de ese pueblo.

Burgoa habla primero de los ahuehuetes del Tule, del mayor y los restantes a los que designó sin mucho cuidado como “aceibos”, se refiere a continuación a su fama son los árboles de que tanto se ha hablado y los compara con los ahuehuetes del marquesado, hoy un barrio de la ciudad de Oaxaca, para poder asegurar a sus lectores, por último, que no hay exageración en lo que se dice de la grandeza del Árbol del Tule, es poco lo que puede extraerse del relato de Burgoa en lo que concierne a este árbol, en el que solo encuentra un vago interés anecdótico; pero aún así su testimonio es de interés, y en ello coincide con Acosta y Cobo en él se advierte la misma omisión, la del pueblo del Tule, así como la relación del árbol con Tlacochahuaya e incluso la precisión de la distancia la misma de tres leguas de Tlacochahuaya a Oaxaca, esta situación creemos que no es casual, la explicación puede encontrarse en el mismo Burgoa.

EL SIGLO XVIII

En el siglo XVIII la primera mención sobre el pueblo del Tule aparece en un documento de 1714, en el que, no de manera casual se vuelve a consignar un problema de ocupación de tierras, este es el último documento alusivo al pueblo, con exclusión del árbol.

Para tener noticias del árbol debemos esperar hasta 1766, se trata de una mención que aparece en el diario del viaje del español Francisco Adofrin, quien recorría México colectando dinero con fines religiosos, en tal diario anotaba todo lo que atraía su atención; consultaba los autores que podían serle de utilidad de los que tomaba datos, y recurría a informantes para complementar su trabajo en ciertos temas, último religioso que veremos entre los autores que se refieren al árbol del Tule, hace una descripción detallada de templos y temas similares de su interés, dedicando una parte importante a Oaxaca.

Los datos disponibles sobre el árbol del Tule en el siglo XVIII, y los que hemos asociado anteriormente apuntan en la dirección sugerida, sin embargo no es posible hacer de estas afirmaciones definitivas, pero resulta difícil asimismo aventurar alguna otra interpretación diferente; sería injustificado por otra parte, eliminar algún otro dato para crear un cuadro menos complejo de la situación en el siglo XIX.

EL SIGLO XIX

En el siglo XIX se inicia en nuestro país un proceso que concluirá con la independencia de México, los antecedentes de este movimiento son diversos, pero no puede descartarse la importancia que tiene entre ellos la independencia de los Estados Unidos, cuyas repercusiones en ambos lados del Atlántico ocasionan por citar solo un efecto lateral, el relajamiento del control real de España sobre sus colonias, las secuelas del régimen colonial se harán sentir, sin embargo mucho tiempo después de obtenida la independencia política; Una sociedad profundamente desigual e injusta, así como una estructura productiva y una herencia cultural cuyas deficiencias colocan a la nación en franca desventaja para competir en el mundo moderno, en unas décadas se suceden, sin pausa apenas guerras civiles y de liquidación de añejas estructuras políticas y religiosas; nuevas invasiones, la mutilación del territorio nacional, un imperio de opereta y desde el arranque del siglo, una larga serie de extranjeros, ya no solo españoles que transitan por México, científicos, prospectores económicos, funcionarios y agentes de potencias interesadas, aventureros y hasta simples turistas, sin olvidar todas las combinaciones posibles entre tales categorías, llama la atención en muchos de los testimonios dejados por estos viajeros, una manera de ver el país que contrasta con la habitual en los españoles; una decidida admiración por las antiguas civilizaciones mexicanas cuya importancia exaltan a menudo con entusiasmo y una valoración de la cultura hispánica más acorde a la realidad histórica, como algo de menor brillo y bondad de lo que sus apologistas habían empleado como justificación de su presencia y actuación en América.

Entre los mexicanos el interés por el propio país será también muy grande, así lo testimonia la creación de sociedades culturales y científicas, entre las que debe destacarse la sociedad mexicana de geografía y estadística, cuya importancia difícilmente puede exagerarse y que no ha tenido el apoyo que merecía como resultado. Son numerosos los textos que a lo largo del siglo se escribieron, entre otros temas, considerados científicos, sobre el árbol del Tule, algunos de los testimonios extranjeros son asimismo de gran interés, entre todos los trabajos más serios completos y valiosos para el investigador actual son probablemente los de los mexicanos Bolaños y Álvarez; los de dos alemanes Muhlempfordt y Von Muller, y el de un francés, ............... aparte de aquellos de los mencionados existen otros textos de valor e interés muy desigual, a los que solo nos referiremos de manera parcial o bien omitiremos; y aún de los autores citados, por razones de espacio se reproducirá únicamente la parte central de sus textos, ya que una característica de los documentos de ésta época es su amplitud, considerablemente mayor que la de los vistos hasta ahora, esta extensión más grande de las citas que haremos se justifica también en algunos casos por la verdadera excelencia literaria de algunos de estos autores, que hace de su lectura un auténtico placer, otros textos solo los conocemos indirectamente por alguna referencia, y así lo consignaremos.

El famoso ahuehuete, o ciprés del pueblo de Atlixco, tiene 3,073 pies de circunferencia, y midiéndolo por la parte interior, pues su tronco está hueco, tiene 15 pies de diámetro. En el pueblo de Santa María del Tule, en el estado de Oaxaca a tres leguas de la capital, se halla un enorme tronco de Sabino (cupressus disticha) que tiene 36 metros de circunferencia, este árbol antiguo es aún más grueso que el ciprés de Atlixco, de quien más a arriba hemos hablado; más que el dragonero de las Islas Canarias y que todos los buobabes adansoniue del Africa, pero examinándolo de cerca, el señor Uriza ha observado que aquel sabino que sorprende a los viajeros no es un solo individuo, sino un grupo de tres troncos reunidos.

El siguiente autor a ver en orden cronológico, es Eduard Muhlempfordt de origen alemán merecedor de un mayor reconocimiento del que le ha sido otorgado hasta hoy, vivió en México de 1827 a 1835 desempeñándose como director de construcción de la Mexican Company, y más tarde, como el director de “construcción de caminos del estado de Oaxaca”, según se presenta él mismo su actitud es representativa de la de otros extranjeros, ya no españoles frente a México, un gran interés, e incluso entusiasta por las antiguas culturas del país; Muhlempfordt realiza hacia 1830, una serie de dibujos de tal calidad sobre Mitla que su trabajo sigue siendo a la fecha el más completo de su tipo efectuado sobre esta zona arqueológica, y una postura frente al régimen colonial que contrasta con la de sus beneficiarios y apologistas españoles utiliza, por ejemplo, la expresión spanische, invasión española.

Debió visitar varias veces el Tule durante su permanencia en Oaxaca, su texto así lo sugiere, haciendo una descripción del pueblo y el árbol que aparecerá publicada en 1844, en Hannover, como parte de su obra “Mersuch einer Getreven Schilderung der Republik Mejico”, especialmente en cuanto a su geografía, etnografía y estadística, es precisamente aquí en donde hace mención al árbol del Tule:

Al final de este tratado permítasenos conmemorar con algunas palabras el ciprés gigante cupressus disticha de Santa Maria del Tule, en el estado de Oaxaca a unas dos horas de la ciudad de Oaxaca, en un gran valle, se encuentra el pueblo zapoteco de Santa Maria del Tule, no es muy grande, pero si acogedor, un camino agradable, ancho y llano, conduce hasta él pasando por la aldea de Santa Lucía y atravesando milpas y campos de magueyes, escondidas bajo los aguacates laurus persea, limonares y naranjos están la modestas chozas de los indios, en su centro se levanta en una gran plaza bardeada la bonita iglesia de piedra con los edificios respectivos de la parroquia dentro de la borda cerca de la entrada principal de la iglesia está el árbol gigantesco de que estamos hablando es muy viejo, mucho más que la invasión española, y con asombro contemplamos el tronco que con una circunferencia de 124 pies españoles (33.5 metros) se levanta frente a nosotros como una roca, numerosas prominencias redondeadas que sigue a todo lo alto del tronco.

En 1832 una revista francesa de viajes, la Nauvelles Amales des Vorages, publicó un artículo sobre el árbol del que no tenemos más referencias, pero que citamos aquí porque esto es un buen indicador de la forma en que el árbol del Tule atraía la atención de cierto público, muy característico de siglo XIX, los aficionados a los relatos de viajes por tierras exóticas y las rarezas que en éstas se encontraban.

Es de nuevo Martínez Gracida, quien recogió la siguiente nota de interés, su autor es José P. Nicoli, quien dejó constancia de una ceremonia celebrada por última vez en 1834 se decía que ésta recordaba los ritos antiguos, y consistía en el sacrificio de una paloma, en un baile conocido “la danza del Sabino”, y en una tamalada, la descripción de la danza, de un gran valor testimoniales en ésta:

El viajero o visitante que celebraba su estancia en la población con una fiesta o un banquete le correspondían los indios con una danza que bailaban alrededor del árbol que se llamó Danza del Sabino, los danzantes se presentaban en traje indígena de carácter, luciendo vistosos penachos, las mujeres también se presentaban ataviadas con tocados sencillos y llevando al cuello un rosario de cuentas de vidrio amarillo que era símbolo de bienvenida, las casadas llevaban el pelo recogido y trenzado y las doncellas ostentaban suelta la cabellera, el baile o danza tenia lugar en torno del árbol y carecía de movimientos provocativos, la música tenía una nguidez tal que cada nota parecía un suspiro.

Juan N. Bolaños, mencionado ya más de una vez, estuvo en el Tule el 27 de Noviembre de 1840, escribió sobre su visita un artículo publicado por vez primera en 1841 y reimpreso en 1857 en el muy importante Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística; de este autor sabemos que era médico, por lo que tendría una mente educada y objetiva su testimonio está en efecto redactado con rigor, y es notoria su intención de verificar las cosas con sus propios sentidos, es un observador acucioso y no adelanta afirmaciones, inicia su texto con una descripción de lo que hoy llamaríamos el medio ecológico del Tule, haciendo una relación de los árboles que prosperan en el pueblo dando sus nombres científicos, entre los que destacan seis sabinos de magnitud extraordinaria, procede luego a ocuparse del que se puede llamar con razón el gigante de los árboles:

Es imposible averiguar la verdadera edad de este árbol, pero no hay duda en que ostenta su fortaleza desde tiempo inmemorial, su aspecto ofrece toda la idea de la vejez, sus raíces asomando en varias partes aún a distancia de cincuenta varas sobre la superficie de la tierra en forma de un arco leñoso, su corteza áspera, desigual y partida en muchas partes de su extensión; su tronco compacto y lleno de botones y excrecencias senites; sus ramas tan extensas encorvadas y gruesas, y en fin, su cima de un gris amarillento, que bien pudiera llamarse figuradamente una cabellera encanecida; todo manifiesta la larga vida de este ser casi impasible.

El siguiente testimonio que corresponde ver tiene un particular interés, además de una descripción del árbol como en el caso anterior de gran belleza literaria, su autor nos deja la primer fotografía del árbol del Tule. Nos encontramos ahora frente a un personaje notable, el francés Desiré Charnay, típico hijo de su época, combina los papeles de explorador, arqueólogo, fotógrafo, escritor y político, su primera estancia en México entre varias es la más interesante, esta se produjo desde fines de 1857 a fines de 1860 y durante la misma recorrió una parte importante de la República, tomó fotografías de edificios y ciudades mexicanas que hoy son de incalculable valor documental, el centro de su interés lo constituyen las culturas antiguas de México, lo que no es sorprendente ya que a ellas dedicó la mayor parte de su esfuerzo, esto lo llevó a Oaxaca, en donde estuvo de Septiembre de 1858 a Abril de 1859, en espera de un material fotográfico que nunca recibiría, por lo que se vio obligado a producirlo por sí mismo, durante este lapso tiene tiempo de observar la vida de la capital del estado, dejándonos una buena descripción de la ciudad, de sus costumbres y otros tópicos que lo revelan, por cierto, como lector de Fosser, lamentablemente poco conocida en México, la arquitectura colonial no le entusiasma, la propia ciudad le resulta poco interesante excepto por los interiores de las casas, la catedral le parece una construcción masiva sin nada digno de llamar la atención, si bien la Soledad y Santo Domingo le merecen mejor opinión. Aunque vino a México de manera independiente, a su regreso a Francia encuentra un clima peculiar en relación con nuestro país, los preparativos de la intervención con el pretexto de la suspensión del pago de la deuda externa por el presidente Benito Juárez, Napoleón III piensa que este es el momento de hacerse de una importante posesión, Charnay se ve involucrado en los planes de Napoleón, particularmente en un área que pretendía dar cobertura cultural a su empresa colonial en ciernes; así aparece el libro “cites el ruines americaines”.