Montaña

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el niño que nació en la montaña

Este relato no es mío, llegó a mi sin que pueda yo ubicar de parte de quién o quiénes. Es muy probablemente un relato indirecto, tan indirecto como la carambola de tres bandas; pero de primera mano, puesto que aquel que empuja el taco es quien finalmente realiza las colisiones. Está escrito en primera persona, con base en relatos que no pueden ser sino del mismísimo personaje, aunque es evidente que contiene retazos de sus parientes y de su comunidad asi como de los que ahi estuvieron.


El próximo veintisiete de diciembre cumpliré diez años. Tardaron en bautizarme porque nací cuando las cosas andaban muy revueltas, por mientras mi gente comenzó a llamarme Juan Montaña o algo así. Al momento de nacer, mis ojos aún enturbiados por la sangre de mi madre y mi sangre que en ese momento era pues la misma, percibí un olor que entonces no sabía que era pero que quedó grabado en mi memoria, luego supe que era olor a pólvora. Nunca me han querido creer que había ahi olor a pólvora, entre Xcumumal y Pechiquil. Mucha bala se había echado unos días antes en Acteal, el veintidós de diciembre de un aciago mi novecientos noventa y siete. ¡Ahi si que debía de ser penetrante el olor a muerte y destrucción aún cinco días después de la masacre! pero aquí donde yo nací a campo abierto a unas siete leguas de distancia todos consideran extraño que hubiera olor a pólvora, y sin embargo, yo sé que así olía. Entre las lagañas y la sangre vi mucha gente que me miraba, casi todos caxlanes. Mi mamá estaba exhausta, había caminado buena parte de la noche desde Xcumumal y a esas horas de la mañana ya con el sol calando fuerte estábamos los dos agotados. Ella lo sabe, yo le ayudé desde su vientre a caminar y caminar ese día, me hacía chiquito redondito donde no le estorbara a sus muslos, a ratos dormitaba y trataba de respirar suavecito para no fatigarla aún más. Cuando ya tenía que salir le avisé moviendo mis brazos y sintiendo su vientre apretado, más apretado de lo que había estado de rato en rato durante las últimas horas. A la hora de salir lo hice rápido, grité porque sentí frío, soplaba el viento cortante en la cima de la montaña aunque había sol, grité porque olí a verde, a bosque, a hoja de maíz, grité porque lueguito vino ese olor desagradable que ya les conté. Me envolvieron, me taparon, me cargaron y reanudámos la marcha, pues mientras mi madre paría a un ladito del camino, nuestra gente seguía avanzando, seguian caminando volteando de reojo las mujeres con una mirada de aliento, de complicidad y de pena. Yo veía en sus rostros sus pensamientos, escuchaba sus sentimientos, algo que hasta la fecha en ciertas ocasiones me sucede. Me miraban muy brevemente entre fascinadas y con cierta rabia, sin que hablaran yo les escuchaba decir ``no podía haber nacido ayer en Xcumumal, ``no podía haber esperado hasta que llegaramos a nuestro destino, dicen que nomás faltan cuatro horas para llegar a Polhó, ``porqué no aguantó por lo menos a donde hubiera un árbol, porqué aquí en la mera cima de la montaña donde nomás hay zacate. Se me comenzaban a hacer insoportables tantos reproches cuando empezaron a cesar, creo que porque estaba yo ya tapado y mi mamá incorporada con una fortaleza que nomás madres como la mía son capaces de mostrar. Nos unimos de nuevo a la hilera de gente que caminaba por la vereda, que en esa parte del camino era muy estrecha. Yo veía hacia atrás antes de que me cargaran y eran muchos compañeros los que venían. Ya en el reboso sobre la espalda de mi padre quedé mirando para enfrente y vi que también había mucha gente. Los de adelante eran los más jóvenes, en medio por donde nosotros andábamos había muchos niños. Unos todavía caminaban, otros estaban ya exhaustos y sus padres los cargaban. Los caxlanes nos trataban de ayudar pero no muy podían caminar, luego se ve que no están acostumbrados a andar en la montaña. Quién sabe quién les acarreará la leña a ellos. Eso sí, eran muy cariñosos con nosotros, desde que los vimos a lo lejos se mostraron amables y solícitos, cuando se incorporaron a nuestra columna se repartieron en grupos, unos enfrente, otros a lo largo de la hilera y otros hasta atrás. Nosotros sabíamos que la parte más peligrosa del trayecto estaba por venir, tendríamos que pasar por donde viven los paramilitares. Más temprano, al cobijo todavía de la noche, muy pocos se habían percatado de nuestra presencia pero a ésta hora del día y habiendo pasado ocho horas desde que salimos seguro ya todos sabían en donde andábamos, no es fácil esconder a más de tres mil quinientas personas aunque sea en medio de las montañas. Casi mero atrás habían quedado los mamalush, los viejitos, pues ellos no podían sino caminar lento. Al mero final veían unos jóvenes que yo entonces me extrañé que caminaran tan despacio, tiempo después supe que esos que vienen hasta el final se llaman la retaguardia y son los que vienen cuidando que nadie se rezague o se pierda. Al bajar de la montaña el follaje se hizo más espeso, y lo que antes era una vereda marcada por tierra trillada sobre el zacate ahora se convertía en un camino donde se levantaban hojas y plantas a nuestros costados que ya no nos permitían mirar el horizonte. Yo por andarme asomando me raspé con una rama, así también le pasó a mi hermano que caminaba de la mano de mi mamá. Comenzaba a caer la tarde y desde hacia rato había una lluvia finita que dificultaba nuestra ya de por si cansada marcha. De repente llegamos a un claro donde había un desnivel y mucho lodo. Mucha gente al pasar por ahi se resbaló. ¡Y si! ahi en las orillas estaban puntuales los paramilitares mirándonos pasar, observando con un gesto amenazante pero por lo menos desarmados. No decían nada, nomás nos veían, parecia que querían grabarse nuestras caras.

Pohló, una tenue luz al final del éxodo.

Los paramilitares eran y no eran gente de nosotros, eran pues de nuestros pueblos, buenos para jugar al basquetbol, ``jugadores agresivos decían los soldados cuando los reclutaban. Poco a poco fueron dejando de ser de nosotros, veían películas, muchas películas de guerra, dicen que en esas películas matan a mucha gente, matan a muchos tengan o no uniforme, sean hombres, niños o mujeres. Comenzaron a tener paga aunque no trabajaran, bueno, no se si paga pero si tenían ropa nueva y láminas para los techos de sus casas. Hubo algunos que inclusive levantaron paredes de block. Uno de ellos que es casado con una prima de mi mamá luego contó como los hacían más hombres, mas agresivos para que todos los respetaran. A mí eso siempre se me hizo como al revés pues a mi tío que andaba con unos que no eran del gobierno le decían que siempre había de respetar a los demás. Todavía no entiendo bien que quiere decir respetar a cabalidad. Los caxlanes que eran de una de las sociedades civiles, se apostaron entre nosotros y los paramilitares. Le daban la espalda a ellos y nos ayudaban a bajar el enorme escalón. Ellos no le tenían miedo a los paramilitares, yo creo que porque no los conocían. Pasamos pues con harto miedo el claro con el desnivel que se hallaba pegadito a Pechiquil, nos fuimos por el camino más largo para no entrar al pueblo pues de ahi habían salido muchos el día veintidós a recorrer los tres kilómetros que los separaban de Acteal. Unos de la cruz roja se metieron al pueblo cuando pasamos por ahi, nosotros seguimos el camino que ahi ya deja de ser vereda y es pues una carretera que para un lado lleva a Acteal y al otro a Polhó. Después de un trecho llegó un redilas donde nos subimos los más que pudimos, claro, solo de las mujeres y los niños. Muchas y muchos siguieron a pie pero mi mamá venia casi desfalleciendo y la subieron adelante en el camión, mi papá me pasó por la ventana y aunque bien mojados ya no tuvimos que caminar más. Ese momento lo recuerdo muy bien, lo recuerdo sobre todo porque fue la primera vez que probé la teta. A los niños, cuando crecen, se les olvida que tomaron teta cuando eran olol, cuando eran bebés. A mí también se me han olvidado muchas cosas, pero las más importantes se han quedado de manera indeleble en mi corazón o en mi cabeza. Si tan solo la gente se acordara más de cuando eran olol, o por lo menos de cuando jugaban contentos creo que las cosas serían diferentes. Apenas me estaba yo acomodando, acurrucándome calientito cuando llegamos a Polhó, ¡cuánta gente había ahi! La clínica ya estaba llena, el auditorio estaba lleno, las aulas de la escuela ya estaban llenas, nuestros compañeros de Polhó junto con los de las sociedades civiles habían comenzado a construir cobertizos. Nuestra gente de Polhó cortaba los palos del monte ahi cerca, los traían y levantaban un armazón que clavaban pero luego se terminaron los clavos y entonces los amarraban con cuerda . Los de la caravana traían unos plásticos gruesos con colores que llamaban, no se porqué, de espectaculares. Eso le ponian de techo y si alcanzaba cubrian una de las paredes. En ese momento no nos imaginamos que esas iban a ser nuestras casas por mucho tiempo, asi pues, sin cocina, sin techo de palma, sin tablas para acostarnos. Allí no me bautizaron pero si bautizaron a todo el grupo con el nombre de ``desplazados . Después de nosotros llegaron más, llegaron los que faltaban de Xcumumal que a todos conocía yo, bueno, conocía sus voces desde la panza de mi mamá. Ahora los miraba e iba juntando sus caras con sus voces, los que lloraban mucho casi siempre eran niños, bueno, por lo menos así era en Xcumumal de donde yo vengo antes de nacer. Ese día que nací cuando llegué a Polhó me sorprendió que escuche a mucha gente llorar. Lloraban muchas mujeres, mi mamá también lloró; lloraban muchos hombres unos jóvenes y otros ya más ancianos. Lloraban también muchos niños y muchos olol, unos lloraban de cansados y otros de hambre pero había un olol que lloraba quedito pero que no dejaba de chillar, uno que no quería tomar chichi, que es como le dicen a la teta las caravaneras. Era mucho más grande que yo, tendría unos nueve meses de nacido. Yo primero lo miré perplejo pues después de haber probado la leche materna en el camión yo quería más y a él que muchas mamás le ofrecían nomás no quería tomar, pura chilladera. Se veía que estaba triste, los caravaneros le trataron de dar leche con una jeringa, y nada, luego con una cuchara, y nada. Luego yo hablé con él, hablé como hablamos los olol pues, es decir, con hechos más que con palabras. Si tan sólo los hombres y mujeres hablaran un poco más con hechos y menos con palabras el mundo sería distinto. Le hice ver lo sabroso que es la leche materna, lo rico de sentirse abrazado, calientito. Él entonces lloró más, yo primero me quedé perplejo hasta que comprendí que su mamá no estaba ahi, ninguna de las mujeres que lo procuraban era su mamá. Ella debía de estar lejos pues pasaban las horas y no regresaba. Yo lo animé para que mientras ella venía el comiera un poco, al fin se animó. Los demás niños que andaban por ahí me felicitaron, pensaban que yo había sido muy bueno y persuasivo. Los adultos no me dijeron nada, creo que no se dieron cuenta de lo que sucedió, mas bien pensaron que había sido su perseverancia la que había convencido al olol. No fue sino tiempo después que tanto él como yo nos percatamos que su mamá ya no estaba, ya no estaba como no estaban otras cuarenta y cuatro almas más. Entonces lloramos los dos juntos pero eso fue mucho después y no quiero adelantarme. Hoy sólo les vine a contar como fue que nací el día que nací.

yo, (que por ahora me llamaré) Juan Montaña.